Por Carlos Gallegos Pérez
Hombre predestinado a la aventura y a los riesgos, al juego del todo o nada, Ángel Reyes Robles. Nació en Jerez, Zacatecas, y víctima de maltrato infantil muy pequeño huyó de casa.
Se escondió en Cuencamé, fue niño de la calle e inició una épica increíble, hasta su muerte en 1957 en Alvareñas, minicipio de Saucillo, a causa de un mal pulmonar adquirido en sus tempranos afanes de joven minero.
Vivió un tiempo en Fillmore, California, en Colorado tendiendo las vías del tren, según atestigua la fotografía, igual en las esclavizantes minas de Velardeña y Santa Eulalia, también en Ciudad Juárez, en una de aquellas vecindades misérrimas, insalubres y hacinadas, habitadas por hombres y mujeres de existencia airada, siempre en los linderos de la ley y la delincuencia, lindes actualmente tan difusos, escrita la frase anterior con la más acabada intención de acordarme del español del cuento.
A base de fe, canilla y hambres, se hizo de un ranchito en El Valle,a orillas del Bravo.
Eran los años 30s del siglo pasado, de violencia extrema a causa de la Ley Seca de los gringos, con los contrabandistas a sus méndigas, haciendo lana y sembrando el terror en la frontera, con el terreno del industrioso zacatecano en la pasada internacional del rico y deseado fruto prohibido.
No los dejaban ni dormir a gusto, eran tantas las broncas y susirios, que un día se subió al tren rumbo a su natal Jerez.
Lo acompañaban su segunda esposa, pues la primera y su pequeño hijo una mala tarde habían ido por las tortillas y nunca volvieron. Lo acompañaban, les contaba, su actual marida y sus chamacos, dos varones y una asustadiza varona.
Con buen oído, no obstante el ruidajo del fierros viejos, escuchó que en Saucillo estaban repartiendo tierra para uso agrícola y para pronto, diciendo de aquí mero soy, se bajó en la Estación y después de una noche helada, muy oscura y medio muertos de hambre, al amanecer les dieron un rait en una carreta jalada por un burro pardo prieto y llegaron a Alvareñas, su tierra prometida.
Le ofrecieron 25 hectáreas, pero no se sintió suficiente para cultivarlas y sólo aceptó la mitad y después de desmontar el bosque de mezquites y pasar por la ley del monte a tanta liebre perjuiciosa, empezó su vida de agricultor pionero del Distrito de Riego 05.
Sembraba maíz, frijol, trigo, algodón y ricas calabazas, chiles y sandías, tanto para la venta como para la dieta a base de productos orgánicos, libres de colesterol y demás elementos causantes de tantos achaques.
Hoy su hijo Juan Reyes Miranda y otros descendientes de aquel viejo tronco se hacen cargo de la parcela.
Don Juan, fiel a su heredad, a sus muy bien vividos 91 abriles, pasa sus días en Delicias, en un barrio al sureste de la ciudad, que no podía llamarse de otro modo, más que Fraccionamiento Vencedores del Desierto.