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UN REGALO DE DON OCTAVIO

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En esta foto área que don Octavio Amaya Comadurán guardó para usted desde 1938, se aprecia el señorío del viejo Delicias, del Delicias en sus comienzos.

Posiblemente el talentoso y arriesgado fotógrafo haya sido el entonces muy joven Alfredo Parra Amezcua, uno de los fundadores, quien tomaba la foto y revelaba el negativo en un cuarto oscuro que tenía en casa, al que sólo él entraba.

En primer plano viendo de norte a sur, está el terreno arbolado de los lavaderos y baños públicos de J Laing.

A su izquierda, más árboles, en el enorme lote donde construirían la alberca 20/30 y la Secundaria Leyes de Reforma.

En segundo plano, a la derecha, el rectángulo bardeado que circundaría la Primaria 305, sobre la Calle 4a y Avenida Rio Conchos Norte.

A su derecha, en el triángulo del pecado, está el Hotel California, mustio y abierto a la espera de la pareja furtiva, del romance de una noche.

A la izquierda, cruzando la Avenida del Parque, los locales comerciales que aún están ahí, invencibles ante el tiempo, entre ellos el taller remendón de Chinto Peña.

Avancemos un poquito para admirar la magnificencia del Mercado Juárez y sus olores vegetales, el pregón de comerciantes y marchantes, el duelo del regateo y el fianchis.

Vire el cuello, hacia el poniente, cuidándose de una tortícolis y ya está en el eterno Centro Algodonero, lugar rumbero y escandaloso, hábitat de gustadores y músicos, de parrandas épicas, de escándalos y silencios tristes, de horribles curas al otro día, de chivos gastados en una noche desenfrenada.




Devuélvase porque se salteó el solar triangular de don Chalío Mata y herederos.
Siga hacia el sur por la del Parque y pase a un costado de La Popular del galán David Pérez.

Siga derecho, pase por La Bota y acuérdese que está en tierra maldita: a unos metros de ahí levantaron al líder Juan Arguijo y nunca se conoció su destino, posiblemente el fondo de una acequia, en el ancón de un hondo canal, quizá esté tapiado para siempre en la tapia menos probable.

A su costado zurdo, el galerón de Recursos Hidráulicos y a la dere el terreno sagrado en que en 1949 se erguiría para siempre el Reloj Público, nuestro guardián insomne.

Enfrente no hay nada. Aún faltaban 17 años para que ahí edificaran la segunda sede del mareador poder municipal.

Tome por la Calle Central, avance tres cuadras y verá que aún no está la Plaza de la Revolución, la Carrranza pues.

De media vuelta ,siga por donde venía y desengáñese que faltan Cristo Rey y el galerón del Mutualista, pero la Plaza de las Lilas ya arbolea y luego se adivina El Campamento y, en lontananza, el mundo del semi desierto poblado de sus pobladores originarios, los cientos de liebres y conejos, los coyotes matreros, el temido veneno de las víboras.

Muchas fincas salteadas, muchas sin identificar, tantas historias sin contar, así que en vez de reclamar yerros, póngase a dibujar su propio mapa y recuerde sus orígenes en base a su propia memoria y agradezca a don Octavio este regalo dominguero.