Carlos Gallegos
Un siglo más un año. Esa enorme cantidad de tiempo ha pasado desde que el matrimonio Reyes Ríos, formado por Fermín y María, entonces avecindados en el árido mineral de Santo Domingo, municipio de Santa Eulalia, que luego adoptaría el nombre de Aquiles Serdán, tomaron esta foto para que usted la viera el día de hoy.
Tanto ellos como sus cuatro hijos, entonces de brazos y biberones llenos de leche bronca, se mudarían a Delicias, atendiendo la invitación de que se vinieran a fundar un pueblo, Pueblo Nuevo, como al principio le decían al pardo caserío que surgió en las llanuras y lomas chaparras ubicadas entre el San Pedro y el Río Conchos.
Serían de nuestros padres fundadores,cambiando el tesoro subterráneo de su tierra por la ilusión del oro blanco que prometían las parcelas bañadas por el agua dulce de Boquilla.
Llegaron como Dios les permitió, en broncas mulas, en galgos caballos, en carromatos de traqueteantes ruedas de madera, en el tren que abordaban de un brinco al mínimo descuido del maquinista distraido que en cualquier curva aminoraba la velocidad, ya fuera de manera accidental, ya intencional, al tantear que aquella familia pasajera que quería subirse no traía para el boleto.
Otros pioneros fueron Cuca Chacón y Quico Rodríguez, quienes enamorados hasta las cachas, desafiaron prejuicios y convencionalismos y un florido día se matrimoniaron en Colonia Terrazas, uno de los primeros barrios de Delicias.
De natural talento para la decoración de interiores, cuando se fijaron que en el cuarto de adobe ranchero donde se tomarían la foto del recuerdo no había cortinas lucidoras,les afloró la creatividad y lavando y planchando una cobija de cuadritos la acondicionaron como elegante fondo para el flashazo de su unión hasta que la muerte o el divorcio los separaran.
Algún plus tenía el sarape que los cobijó toda su vida, y de la mano, como se habían comprometido en el caluroso estudio, cruzaron los dinteles eternales.
Amores ad perpetuam.
Desconfiados y algo visionarios, no quisieron gastar en un abogado con título para que los casara, no les fuera a resultar balín, y mejor le pidieron el favor al Juez de Paz local, del que conocían el original de su certificado de cuarto año,debidamente certificado por un inspector escolar que de vez en cuando pasaba por ahí sellando a dedo las boletas del alumnado egresado de la primaria del caserío, trámite condicionado a que la calificación no fuera menor al 7.
Hasta eso, el Comisario que ahí gobernaba no se metía en chirinolas y dejaba que cada quien llevara su existencia como mejor le cuadrara, sin gritar ventana por ventana la mañanera del día, y eso que sabía hablar de corridito, sin disparates ni tanto adjetivo calificativo.
Eso sí, con prístina honradez, reconocía que no hablaba ni entendía ni mais de inglés.